Tu suerte está en Ispahán
VIII
Existe un consuelo para los viajeros que van a los
lugares santos del poema,
para los que se llenan los bolsillos de palabras
ínfimas que van hallando al borde del camino,
palabras de la cualidad de una piedrecilla o un
huevo de gorrión o una rama de hinojo,
existe un consuelo para su ausencia de suerte,
su ardua travesía por los no-lugares,
su soledad de alacrán encendiendo el ojo de la
noche,
un alto en el camino, la tienda, la hoguera, el
descanso de los dromedarios,
un consuelo tan dulce como los dátiles que caen de
improviso sobre el paladar del hambre,
tan socarrón como el viento cuando, sin previo
aviso, cambia de dirección y azota la nuca o las
orejas del viajero,
la parte del cuerpo que ha olvidado cubrir
(el viento, no lo olvides, también tiene
usa
es
lenguaje).
No estás solo, pues, viajero. Existe el consuelo de
poder salir de ti,
suspender la conciencia de ti,
despojarte de ti,
abandonarte al territorio de los cuentos
y volver a tus estancias con el sabor acre de la
sabiduría,
con la manzana placentera de quien se ha asomado
a huertos menos áridos que el propio
y la ha acariciado
y la ha mordido
así,
de puntillas,
hasta quedar saciado.
Natalia Carbajosa