LA MÁSCARA SUELTA
Oye mi voz, amor, mi único amor, oye mi voz
porque antes
de que los reptiles se devoren entre sí
te llamarán con nombres
alcanzados por la idea de lo que está perfecto.
—Desnuda la mujer es un ángel de pie sobre la tierra—
te dirán con los ojos.
A cambio de lo que más adores
te ofrecerán
la seguridad
de sus palacios que tienen la apariencia del aire,
sus vinos y sus rosas y sus inclinaciones,
los manuscritos que guardan sus llagas sagradas.
Oye mi voz, amor, mi único amor, oye mi voz,
porque escrito está que detrás de ese concéntrico espejismo
se levantan
sus repentinos cementerios, la prosa tísica, sus burdeles de oro,
la nieve negra, sus salpicaduras, la advertencia más seria
de La Muerte.
Roberto Sosa