PRÓLOGO
A Tomás Sánchez Santiago
Qué hacer con los reinos y las horas
en que no fuimos ni seremos presa,
cautivos del limbo —Xanadú o cualquier otro—
donde ella, infiel al maestral como al lebeche,
teje a placer el tapiz en que verter,
de hilo a letra,
las hebras huidizas del poema.
Mientras, vivir
de sábanas abismos, a intervalos.
Arrastrar con decoro el traje de los lunes.
Concernirnos el tiempo, las noticias,
la cena entre congéneres de diversa especie.
Soñar con la senda al amniótico remanso,
turbulento a fuer de gestación o anhelo,
del que no quisiéramos haber sido expulsados.
¡Más luz! ¡Menos luz! ¿Qué se hizo del rumbo
y su pérdida? Sextantes alerta,
temblor en la línea de crujía,
zigzag de ondas no elegidos, yo os conjuro.
Esta claridad del suelo, tan parduzca, no deseo.
Conocí otra en la alta mecedura
de algún libro, sus
oscuras espigas prometieron
una singladura sin recuento.
Paciencia me dictan hoy
las copas arraigadas en los árboles:
volverás mañana, dicen,
al albur del extravío.
Mañana es un sonido abstracto,
como de arcilla sin labrar.
Se deshace en cada soplo y es velamen ajado
a la espera del bálsamo, los dedos
—capricho en la destreza—
de la Gran Urdidora.
Mañana si acaso,
si le place a ella.
Natalia Carbajosa