ESTUDIO DEL PLACER
A mí de la piel las sombras, la serigrafía.
La curvatura que traza el sudor del reclamo
difuminándose, erigiéndose si vaho,
tal vez sábana o impronta de huecos compartidos
a medio, velado instinto, blando y turbio
por puro estremecer; sucio recuento
de lo que fue y no fue con otros cuerpos
o futurible y deseable sólo,
sólo sabe la fuente hasta qué punto y quiénes.
La fuente del deseo. Voz. Así
hasta el final del amor, amor. Sí. Rescatando
lo que nos hace hombre y mujer; cuanto más seminal
el pensamiento, menos rastrero el vientre.
Sobrenadando todos en el rumor que invita,
que incita. Porque fuimos
de otras estancias para traérnoslos al otro
e inventar cuanto quisimos habitar
libres de veda, encelados sin silencios tras las puertas.
Por tu mano he crecido como por tu lengua
como una cierva núbil convertido en arroyo
y mi fluir proclama lo que entonces era.
Lo que era secreto hasta para la carne.
Dos amores tengo, en ti y en nos-otros.
De ti porto y a nosotros, de camino, llevo
con su desnudez tatuada en cuantos personajes
abrigan sus venas, el único modo
de que sea himeneo el yacer, y bendecido
su contrato por lo común vulgar, trapacero,
deslavazada pirueta que consigna al sexo
líneas bien dibujados en lugar de academias
para el placer difuso que el gran artista omite.
Porque sabe que en el blanco la imagen acecha
como entienden los senos el tremor o su estela
cuando callan poblamientos audaces y al callarlos
edifican con su aliento los pinceles carnales.
Dejo que pinten y hablen. Haz que manen
hasta que ellos nazcan, los que traspasen el vado
donde se extingue el curso —insinuado apenas—
de nuestra tentación de ser venero.
Natalia Carbajosa