LA CASA DE LA JUSTICIA
Entré
en la Casa de la Justicia
de mi país
y comprobé
que es un templo
de encantadores de serpientes.
Dentro
se está
como en espera
de alguien
que no existe.
Temibles
abogados
perfeccionan el día y su azul dentellada.
Jueces sombríos
hablan de pureza
con palabras que han adquirido
el brillo
de un arma blanca. Las víctimas —en contenido espacio—
miden el terror de un solo golpe.
Y todo
se consuma
bajo esa sensación de ternura que produce el dinero.
Roberto Sosa