LA MONTAÑA
Dos ríos parten
de la montaña.
Uno va al Sur,
a la tierra del gozo.
Le espera allí la sed de los naranjos,
acuden lavanderas con canciones
y se celebran ferias
entre los juncos...
Otro va al Norte,
al país de los hombres de carbón.
Mi anhelo se condensa en la montaña
como la niebla de la tarde.
Rueda mi voz en ásperos cantiles
y baja con las aguas
hasta la boca de las minas,
lava colchas de lino,
arropa fatigados cuerpos de hulla, acaricia
a los hombres que duermen sobre el mar.
La montaña reparte su blancura
entre todos los ojos ausentes y sombríos.
Es un terrón de azúcar
que picotean los trenes
a la sombra gigante de sus pájaros.
Pasan lentos vagones conducidos por cíclopes
tiznados, sonrientes, cariñosos.
Saludadlos.
Han auscultado el pecho de los montes.
Han aprendido en aulas de tristeza.
En sus ojos marinos se cumple la esperanza
como el cielo en la boca de los túneles.
El calor y la vida dependen de sus puños.
Saludad a la nueva aristocracia.
Más allá de los prados, donde el piorno amarillo
lima la nieve, donde
afina el agua su trombón salvaje,
habita una campana bajo la cruz del viento,
de metal y de lluvia. 1
La yedra ahoga sus balidos.
En su pecho de líquenes florece un salmo mudo.
Una campana del tamaño
de la oración de un niño
a cuya sombra veinticinco ancianos
anticipan su muerte.
La montaña sagrada.
La montaña terrible y bondadosa,
firme como una madre,
como un pan desmigado día a día.
La montaña es un odre de aguas claras.
Nodriza de pastores.
En sus hombros de niebla duermen los perseguidos.
Divisoria en su día de dos reinos
combatientes, aún guarda en sus entrañas
el calor fabuloso de su sangre,
congelados rubíes.
Canta el agua
ahora en las turbinas.
Lleva la luz y el gozo,
la ilusión y la fuerza
(cines, forjas, imanes —kilovatios—)
al Sur, al Norte,
a dos pueblos hermanos.
Es la Paz.
La montaña reparte su blancura,
reparte sus entrañas
—hierro , carbón , espuma—,
el ritmo de sus ríos, el aliento
de sus bosques, Reparte a los que llegan
en minúsculos tremes infantiles,
buscadores de oro
buscadores de uranio,
buscadores de nada,
a jugar, a soñar,
a indagar su misterio,
a llevarse jirones de su piel inmutable.
La montaña reparte su hermosura.
No se agota jamás. Todos se llevan
un ramo de su luz entre los labios.
Vienen los hombres. Pasan como nubes.
Participan. Se van. Vuelven. Son hijos
de los hijos de aquellos que partieron...
La montaña está en pie como un milagro.
Salustiano Masó
1 verso suprimido en Poesías Escogidas (1984).