EL QUE MENOS SABE
Nunca supe negociar.
Viví entre patadas en ciudades de nombres casi largos,
tomados por el desagrado.
No me acostumbré
a su oscuro resplandor, siempre me fui
a otro lado con la respiración encabritada.
También me fui de todos los lugares
donde había amos, donde la seriedad
esperaba a los niños al final de la tarde
pero perdí la gracia de no dar por cierto
que la vida solo se revelaba
en los alejamientos y en las pérdidas.
Soy el que menos sabe. Todos me adelantaban.
Vivo de preguntar. Ignoro
el peso azul de los relámpagos
y la intimidación de las brújulas.
Bajo la carne de las cosas pongo palabras pálidas
y espero.
Eso es lo mío.
Esperar
el atropello silencioso del tiempo, verlo pasar
con suministros helados, con adjetivos veloces
y hacer algo por detenerlo, un gesto
o una bola de lágrimas.
Soy el que menos sabe. Solo conozco
a las cosas por su nombre.
Qué oficio extraño este.
Te acusan de tocar sin dedos limpios a las palabras
peligrosas, sacarlas de la fila y ponerlas
a hervir fuera de sitio.
Te llevan maniatado por los distritos de la melancolía.
Te escuchan todos con oídos sellados.
Te suben a cadalsos. Confunden lo que dices.
Te aplauden por llorar.
Tomás Sánchez Santiago