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¿QUIÉN SOY?

Son las doce en mi reloj de pulsera
y he vuelto a sentirme extraño sobre el mapa
del cielo. Son las doce. En vano
me reclamáis ahora, voces cotidianas.
Hace un instante aún os amaba, aún os temía.
Y pasado el fulgor de este minuto volveréis a tenerme.
Entraré como un viejo conocido en vuestro reino
y mansamente consentiré a vuestro lado
convertirme en silencio, en niebla, en polvo.
Pero ahora me siento tan meridianamente extraño…
La mesa, el calendario, la enciclopedia, el teléfono,
ese insecto de ámbar, emisario del sol.
Mozart que inunda el alma en onda corta desde la radio,
cosas, objetos que siempre fueron pan empapado de ternura,
son ahora huéspedes del asombro,
aristas de misterio al rojo vivo,
precipicios que dan vértigo al corazón...

Se abre un paréntesis hacia lo desconocido.
(¡Libros, cerráos! ¡Cifras, reducíos a cero!)

¿Quién soy? ¿Quién eres? ¿Quién es?

¿Quién es esta criatura
que avanza entre limos y verdores
en lucha contra la soledad y el terror original?
En sus manos, toda la palpitación del barro.
En sus pies, todas las espinas de la selva.
En su frente, todas las estrellas del cielo.
Combaten en su rostro la ferocidad y la dulzura.
Parece un antropoide, parece un dios de los bosques,
parece un enorme niño...

No. Es un hombre.

Avanza desde el fondo del primer día,
segundo tras segundo de clamor y de angustia,
hacia la gran batalla de los miles de años.
No es un dios de corazón de hulla,
no es una pesadilla del musgo,
no es una fiera erguida sobre las patas traseras
que intenta acariciar o devorar la luna.
Es un hombre.
Un hombre que está solo.
Un hombre que tiene miedo.
Un hombre que tiene muerte.
Un hombre que tiene amor...

No. No son gotas de lluvia enredadas por el destino
en el liquen sombrío que puebla sus mejillas.
No son gotas de lluvia. No son gotas de rocío.
Tienen sabor amargo.
Tienen temperatura de fiebre.
¡Son lágrimas!
¡Esta fiera está llorando!
¡Este enorme niño está llorando!
¡Padre mío, estás llorando!

Son las doce en mi reloj de pulsera
¡y estoy llorando!

autógrafo

Salustiano Masó


Jaque mate (1962)

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