NUEVAS PREOCUPACIONES
Ya no sé dónde dejar las palabras.
Sé
de dónde tomarlas
todavía:
del picor de las ortigas, del plasma.
oscuro del aburrimiento, de las lágrimas
que cuelgan en los grifos mal cerrados.
Salvar estas palabras
como quien vigila sépalos de lejos.
Pero, luego, no sé dónde pararlas,
nadie dispone un círculo
de tierra
para que caigan con todo su aliento.
No hay para ellas
temperatura ni sitio
ni estimación.
No pertenecen a la fidelidad
de las consignas que abren puertas,
procuran hábitos y dejan boqueras
en las costuras de los labios,
manchados de esfuerzo oficial
por nombrar lo que se debe.
Más bien las saco de los apartaderos,
entro en la emoción
de la mugre,
en el aire salado de los vestuarios,
en el resplandor
de los roperos atascados, donde no esperan
paños calientes
sino lotes de lienzo amortizado.
Oigo crecer allí,
sin nombrar aún,
las palabras.
Fría luz de mallas
las sostiene sólo y ya empiezan a hervir
(ya me escaldaría su masa caliente
y aún sin crédito,
su mordedura torrencial
que podría corregir toda una vida).
De allí
las voy tomando
y las repongo entre la lentitud de jugos
hasta que ganan miel
en sus nuevas junturas
(la gestión del poeta: rebuscar
por los suelos de la tarde
las palabras desechadas de los hombres).
Por ellas,
descuadradas e insolventes,
continuarán ardiendo como frutos rodantes,
sigilosos,
que bajan por el río y desconocen
un destino que se va
de la lengua.
Y pasa junto a mí su alcohol soñado.
Oigo triunfar su música de fallos.
Nadie las busca.
Tomás Sánchez Santiago