BASTÓN
Es un bastón. El suyo. Ha venido
a parar aquí, un lugar
que aún no existía cuando él se fue.
Y eso lo hace todo
más extraño. Es como si el mundo
estuviera de pronto cosido
de otra manera: nuevos estambres,
nuevo recado de hilar
entre las cosas.
Y eso lo pone a él más lejos,
en un juego remoto de borrones perdidos.
Entonces aparece, irreal y brusco,
este bastón —el suyo—
sujeto entre dos ángulos de pared
como una novedad
pero que estaba antes que lo demás
en la vida, dejándose usar por sus manos,
capaces de empuñarlo
y luego frías
mientras iban de la duración a la quietud
como única solución blanca
y final.
Lo miro desde lejos y me salen preguntas
en los ojos: el número de pasos
que aún cabrán en sus anillos de madera seca,
las brozas impertinentes libradas
de las calles y aún pegadas
en la contera de caucho
y, también, si aún cuenta conmigo,
si me está esperando ahí como un pájaro
discreto y por ahora
sin dieta.
Paso junto a él y oigo, me parece
que lo oigo, un estertor.
¿Y qué atestigua?
¿O qué garantiza?
Tomás Sánchez Santiago